lunes

Un día, empezaron a huir del invierno. No del invierno como tal -a él no terminaban de disgustarle las bolas de nieve, ella adoraba las bufandas gigantes alrededor de su cuello-, sino del frío que les provocaba en el pecho, esa sensación de vacío que parecía poder llenarse solo en momentos en que sus dos cuerpos se convertían en su propia fuente de calor.
Así que, un no cumpleaños cualquiera cuando las hojas ya empezaban a cubrir de naranja el crujiente suelo, él le regaló una bola del mundo. Perfecta, gigante, pero especial. En ella, todos los lugares que en ese momento vivían un invierno parecían haber desaparecido. Extrañada, ella jugueteó caminando entre continentes con sus dedos, los más intrépidos viajeros. Y así, cuando él le tapó los ojos. su dedo paró en algún lugar perdido del océano Índico.
Casi sin pensarlo, de trópico en trópico, buscando el último rayo de sol del verano, viajaron por los más diversos lugares del planeta, huyendo de los despertares entre nieblas y vahos en una mañana cualquiera de enero.
Y sin embargo, acabaron echándolo de menos. Se dieron cuenta de que, así como el invierno les daba frío, también les proporcionaba la excusa perfecta para acercarse más y más. La excusa para acercar sus cuerpos bajo la manta, para acurrucarse perezosos atribuyendo al frío lo que en realidad era ganas de estar simplemente juntos, escuchando el viento y la lluvia tras los cristales.

1 comentario:

B. dijo...

Íntimo, perfecto, huir para volver a encontrarse con él, y entre ellos :)