jueves

Perdidos.


-          Vamos, dame la mano.
-          Puedo hacerlo sola.
-          Ya lo sé, pero quiero sentirte aquí, a mi lado.

Caminan sin rumbo fijo, desde hace más tiempo del que ambos pueden recordar. Intentan escapar de todo, o tal vez volver a encontrar todo lo que algún día fueron. Van juntos, pero se sienten solos. Van solos, pero saben que no lo están.
Es una sensación extraña.

Isabelle lo observa todo. Sus ojos ávidos de nuevas sensaciones observan el paisaje, los árboles, las dunas que los esperan más allá, como si nada siguiera un orden ni una lógica; tal vez ni siquiera ella misma la sigue. Tal vez, ni siquiera sabe lo que significa en realidad la palabra lógica. Tal vez, ni siquiera lo necesite. Ella sigue su propio orden, marca sus pasos, su vida, y mientras tanto, su risa lo inunda todo, se pierde entre el vacío que los rodea.

Él sólo la sigue, y la observa. No dice nada, prefiere no malgastar palabras que tal vez necesite utilizar más tarde. Y ella parece entenderlo, como si hubieran firmado de antemano un silencioso acuerdo tácito. Siempre fue un perfeccionista, nunca le gustó dejar nada al azar, y sin embargo aquí está, sin saber cómo ni por qué, perdido como un bote en un mar demasiado grande, en el que de nada sirve remar. Por eso, se deja llevar, hasta donde la corriente lo arrastre.

Él siempre odió sentir los pies fríos bajo la manta al despertar, ella siempre se abrazó a demasiados rostros sin nombre, buscando un calor que no llegaba.
Él, puntual, preciso, formal, tal vez demasiado. Ella, absorta con el vuelo de una mosca, el aleteo de una mariposa, la risa de un niño, en cavilaciones que sólo una mente como la suya podría comprender.

Mario, tú no lo entiendes”, le dijo su sonrisa una tarde, entre flores y desiertos.
Él la mira, un interrogante en sus ojos. Ella, sin ni siquiera mirarlo, lo coge al vuelo y lo transforma de nuevo en palabras, como si fuera lo más natural del mundo, como ella.

Eso – su reloj relucía en la muñeca, pulcro, perfecto – ¿Sabes? No entiendo esa estúpida manía tuya de dejarte guiar por máquinas.”
Estaría perdido de no ser por esta pequeña máquina. Me ayuda a encontrar el momento adecuado para cada cosa”
“No digas tonterías… ¿Acaso no estás perdido ahora? Dime, ¿sabría calcular tu pequeño reloj el tiempo que tardaremos en llegar a nuestro destino? ¿El tiempo que tardarás en ser feliz?

De nuevo, el silencio le cede la palabra a ella, que juega con una flor entre sus dedos, ajena a todo lo demás. Sus ojos se cruzan un segundo, juegan, huyen, chocan.

Por supuesto que no. Nadie, ni el más estúpido, debería hacer caso al frenético tic tac mecánico de un reloj. Sólo hay un ruido perfecto, y está aquí adentro. Te acompañará siempre, y por él sabrás más de lo que jamás podrá contarte cualquiera de tus pequeñas máquinas. Si te paras a escucharlo, tal vez encuentres alguna vez el camino hacia donde quiera que decidas ir”.

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