jueves

Tragando palabras

Un familiar bip-bip le hace volver. No está dormida, pero le gustaría... así al menos no tendría tanto que pensar. Alarga el brazo y, entre botones, un texto aparece en la pantalla
"He secuestrado el sabor de tus labios para dormir mejor..."
Cierra los ojos y respira hondo, y media, sólo media sonrisa se dibuja en esos labios que Miguel afirma haber raptado para sí.
Miguel... Sí, la verdad es que le gusta. Pero esa media sonrisa... ¿Sólo media? Le ha hecho pensar, ni siquiera ha sentido ese consquilleo que en tiempos lejanos recordaba haber alojado en su estómago, como un millón de mariposas revoloteando por todos aquellos lugares a los que hasta tiempo después Miguel no había sido invitado.
Yqué. De qué le sirvieron los cosquilleos, si con el tiempo las mariposas se transformaron en cuchillas que fueron destrozando a conciencia su razón, y su corazón. De qué le sirvió quererle tanto, de qué le sirvió regalarle sus palabras, sus besos, su vida. Puso la llave de su coraza en sus manos, y él la destrozó y la dejó ahí sola, con el corazón aún latente pero los ojos sin vida.
Y entonces, Miguel apareció y, con paciencia, fue pintando de nuevo el color en su pequeño mundo. La abrazó en esos días en que todo dolía demasiado, le devolvió una parte de algo llamado ilusión que ya ni siquiera recordaba haber tenido. Me gusta, se repitió, me gusta mucho... Pero ¿qué significa eso?

Julia sale de casa, y ni siquiera se da cuenta de a dónde la llevan sus pies hasta que no está ya allí. El mirador... Su Mirador. Su Banco. Su pequeño reducto. Son demasiados recuerdos anestesiados, pero sin embago, sabe que quiere quedarse, quizá aún le queda dentro algo de amor por la autodestrucción.
En ese pequeño rincón de la ciudad, el tiempo ha dejado de correr para ella. El ruido de la urbe queda acallado por esos pequeños pensamientos que flotan de lado a lado de su cabeza; sus ojos cerrados se han convertido en íntimas pantallas de proyección para recuerdos que, ahora sí, le hacen sonreír.

- No esperaba volver a verte por aquí.

Esa voz... Escalofrío, recuerdos, agujas pinchando aquí y allá. Respiración acelerada, se vuelve, mira, dejando que el acero cubra sus ojos. Ahí está. Sigue teniendo el mismo hoyuelo, el remolino de su pelo sigue ahí, rebelde, y esa camiseta...

Él se acerca. Poco, mucho, tal vez demasiado. El tiempo le ha sentado bien, pero está serio.
- ¿Puedo?
- Tiene gracia que me pidas permiso a estas alturas.
Se sienta, con todo un universo entre ellos que los hace inalcanzables.
- Julia...
Agujas, le gustaría decirle que no volviera a pronunciar su nombre, pero sonaría poco convincente. Por cada mil agujas que la atraviesan, cien mariposas vuelven a su estómago. Él suspira, y la mira de verdad por primera vez, haciendo temblar la gravitación del pequeño universo paralelo a sus miradas.
- Éste era nuestro sitio.
- Nuestro..._ ella le devuelve la mirada, y esos ojos de miel y fuego atraviesan su alma, le queman._ ¿Sabes? Intento odiarte, pero no puedo. Me dueles, pero no te odio...y cada día me odio a mí misma por ello.

Él piensa, mira, busca algo con la mirada, tal vez sólo busque huir, como siempre, y ella nota cómo el universo que los separa desaparece, hasta quedar sólo ella y él, y sus alientos enredados en el vaho del invierno.

- Julia, ojalá pedir perdón lo arreglase todo. Sé que no es suficiente.
- Viniste... Me diste el mundo, me enseñaste a caminar por él, y después te lo llevaste y me dejaste aquí perdida. Acostumbraste a mi piel al roce con tus labios, y ahora quema porque te echa de menos. Te llevaste el brillo de mis ojos y lo tiraste al mar, el mismo al que tiraste todo aquello que alguna vez significó "nosotros".
No, no es suficiente.

Y él siente que muere, y le gustaría hablar, y contarle que el miedo a enamorarse de ella, al dolor de perderla después, cegó sus decisiones y firmó su adiós premeditado. Que desde entonces acude todos los días al mirador con la esperanza de encontrar sus ojos esperándole, aunque sea con odio en la mirada. Y ahora que la tiene delante, no se atreve.

Ella, perdida entre su silencio de hielo, aspirando aún el eco de sus últimas palabras, se levanta y lo mira por última vez, antes de que las lágrimas no le dejen ver esos labios que tantos besos le robaron.
Y él, tratando de correr a buscarla, hace un último esfuerzo por tragarse las palabras que sabe que nunca saldrán de sus labios. Y la ve marcharse, a ninguna parte, lejos, pero sin él.

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