Viento de otoño

Se acerca a la ventana. El suave soplo del viento de madrugada acaricia su piel, despierta sentidos que ella creía dormidos. Todo ahí afuera parece tan corriente, tan ajeno, tan tranquilo... Las hojas de los árboles se mecen al compás, despreocupadas, en una danza sensual con el aire de otoño, provocadoras, desafiando al invierno que no logra arrancarlas de las ramas. Allá, a lo lejos, los faros de los últimos coches rezagados rasgan la oscuridad de la noche y se pierden sin rumbo, sin remedio, figuras anónimas huyendo con sus problemas, piensa ella, hacia otra parte, hacia su inevitable destino.

Y sin embargo, piensa, aquí adentro bullen las emociones, que empujan por salir a la superficie, que chocan unas con otras en una lucha enfurecida por imponerse a las demás: rabia, amor, desamor, tristeza, angustia, felicidad, dolor... Ah, dolor... esa es más fuerte que ninguna, piensa ella.

Ahora enciende un cigarrillo, aún asomada a la ventana, vestida sólo con una camisa que ya ha dejado de oler a él, después de tanto tiempo alejada de su perfume, de su cuerpo, de su vida. Observa con sus ojos de miel el lento ascenso del humo ... humo blanco en esa noche negra y vacía, columnas que ya no sustentan nada y que suben, y siguen subiendo más allá de los sueños, más allá de las estrellas que hace ya tiempo podía tocar con la punta de sus dedos. Sube, y ella observa divertida, angustiada, cómo bailan los contrastes, cómo el viento de otoño enfría su piel y juega con el humo blanco del cigarro, que se pierde sin remedio.

Sin remedio... como ella lo perdió un día a él. O tal vez no. Tal vez fuera ella la que, inconscientemente, quería perderlo a él... y se volvió más melancólica, más críptica, más fría... como el invierno que ya llama a sus puertas.

Cierra la ventana. Aún se escucha en la lejanía algún coche, algún alma perdida en busca de un lugar donde empezar de cero. Ella sonríe, porque sabe que ya lo ha encontrado. Y vuelve a la cama.