martes

Momentos de pensar

A veces, Mia se sienta a pensar. Deja cualquier cosa que esté haciendo, cierra el libro que tenga entre sus manos o el ordenador hasta escuchar el suave clic que la sume en el silencio.
Y entonces, sólo entonces, cierra los ojos y esa sensación la invade de nuevo. Siempre sabe cuándo llega un "momento de pensar". Un escalofrío en la nuca, suave y preciso como un soplido, que después se extiende al resto de su cuerpo, y después.. después nada, su mente se vacía, los miedos, las dudas, todo lo que le hace daño se vuelve pequeño, invisible, como si viajara de puntillas para no molestar.

Mia siente que nada la retiene, y entonces sí... sus labios dibujan una sonrisa inconsciente al percibir el olor a mar, oye las olas retumbando en su interior, que acompasan su respiración hasta que apenas pueden distinguirse, y la frágil nube desde la que lo observa todo desciende, baja y sigue bajando hasta que puede sentir cómo la brisa marina balancea su pelo, hasta que pequeñas salpicaduras se adhieren a su piel en forma de sal.
Navega así, subida en su nube, y ve pececillos de colores bajo sus pies, y siente el sol dorando su piel, hasta que el calor la invita a bañarse.
Nada, brazada a brazada, camino a ninguna parte, sin obligaciones, va y viene, hasta que desea volver.

El olor a salitre desaparece, y la playa se desvanece devolviéndola a su mundo de agobios, trabajo, pintura de colores y fotos de Nueva York en las paredes.

Ayer, Mia volvió a visitar aquella playa... y en ese último momento de pensar, llegó a una conclusión. No le da miedo visitarla sola y disfrutar del silencio, pero le gustaría llevar a alguien. Ese alguien, un alguien tan especial que con sólo mirarlo vuelva a sentir las olas del mar, el sol, la brisa, los escalofríos.
No quiere una historia de Chico-conoce-a-Chica con final más que predecible, quiere una Historia, su historia, como una película de Woody Allen en la que ríes y lloras al mismo tiempo, pero de la que sales con una sonrisa en la boca. Los cuentos de hadas no son para ella, ni le gustan las perdices... Prefiere una simple sonrisa, un abrazo, la más simple palabra dicha con cariño.
Sí, piensa, la próxima vez no iré sola. Y tal vez... tal vez podamos visitar alguna vez la montaña.

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