jueves

Era como una aurora boreal, de esas que todo el mundo conoce pero nadie ha visto nunca. Una leyenda, una historia mitad verdad mitad fantasía (o tal vez más) transmitida de boca en boca las noches en las que el alcohol templaba los corazones y soltaba la lengua.
Contaba la leyenda que el gintonic era a ella lo que a Sansón su melena, siempre inseparables. Siempre con una rodaja de pepino, a sabiendas de que conjugaban a la perfección con sus ojos... Verdes, muy verdes, y fríos.
Contaban que eran pocos los que se atrevían a cruzar más allá de la segunda mirada, por aquello de que a la tercera va la vencida. Y a ella, que siempre jugaba con un poker de ases en la manga, no le gustaba dejarse ganar.
Los más valientes, héroes de guerra tras las trincheras del recuerdo, decían que era como un buen chute con la dosis exacta de cada ingrediente, femme fatale, seducción, ingenio, pasión.
Pero lo peor... Lo peor llegaba cuando, como pasa con las drogas más puras, llegaba el mono.
Temblores, frío, sudores, fiebres, ardor.
Y, acompañando el recuerdo, un inconfundible regusto amargo en la boca... Como el toque de una rodaja de pepino en un gintonic con hielo.
Verde... Y frío.

No hay comentarios: