martes

Había gastado todos y cada uno de sus deseos. Los tres de la lámpara mágica, los disponibles para cada una de sus pestañas, y los que viajaban en estrellas fugaces. O eso creía. Ya no cerraba los ojos tras soplar las velas, ni lanzaba las monedas pequeñitas a las fuentes. Bueno, eso sí seguía haciéndolo... pero sólo porque le encantaba escuchar el chapoteo del metal al caer al agua.

En realidad, su problema no era que los deseos hubieran dejado de surtir efecto. Era ella la que había decidido dejar de creer en cuentos que acaban bien, en historias en las que nada es imposible. 

Finge que no le importa, pero es curioso, porque lo que más desea en el mundo es volver a creer en que los deseos pueden cumplirse. 

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