- Bah, menuda estupidez.
Ella se pasea por la habitación, cambiando su peso de un pie a otro mientras pisa sólo las baldosas azules, del mismo color que sus ojos, piensa él. Pero no lo dice, se limita a observarla, tiene algo que le atrapa.
- ¿Estupidez? ¿No eras tú la que creías en el destino?
Sus ojos color-baldosa abandonan por un momento el juego infantil y lo miran, enmarcados por un millón de pestañas inacabables y otros dos millones de preguntas sin respuesta.
- Sí, claro. Por eso es una estupidez esperar a que ocurra. Yo sabía que tú eras mi destino, así que decidí tomar el camino en el que ponía tu nombre, un par de cruces atrás. Habría llegado igualmente a ti, pero, ¿sabes? andar por andar con este calor nunca me ha gustado demasiado...
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