martes

Una línea en el horizonte

Corre. Corre sin pausa, más bien con prisa, y sigue, y sigue corriendo hasta que sus piernas ya no responden. Ya ni siquiera le duelen, simplemente se niegan a seguir el camino, están cansadas, cansadas de no ir a ninguna parte.
Porque, ahora que levanta la cabeza, ve que lleva horas, o días... tiempo, mucho tiempo, al fin y al cabo, corriendo en círculos.
Tratando de escapar para volver siempre al mismo sitio.
Atravesando caminos, y carreteras, aspirando el olor de los bosques, sintiendo el rocío adherirse a su piel con cada nuevo día, viendo el sol desaparecer tras el horizonte mientras las olas del mar lamen sus pies desnudos, cansados, viéndose perdida dentro de su propio mundo.

Se levanta, su cuerpo se queja. No quiere correr más, no quiere huir de todo, y entonces se da cuenta de que son sus propios pies los que la traen siempre de vuelta. Irrebocablemente, inconscientemente, se siente atraída por el fuerte imán del pasado. Y siempre, siempre vuelve.

Pero ahora es diferente. Se sienta en el borde del acantilado. Los pies le cuelgan, las ideas navegan ahí abajo, suaves, en calma, y sus miedos e inquietudes chocan contra la roca disolviéndose a la par que las olas, volviendo al mar para no salir ya más.

Lejos, en el horizonte, una línea de tierra, desconocida, salvaje. La señala con el dedo y la sigue, dibujándola en el aire. Sabe que no podrá llegar allí, al menos no por el momento, no de golpe.

Sabe que le costará ir desprendiéndose poco a poco de las cosas que un día le hicieron falta, pero que ahora tan sólo le pesan en la espalda, como los recuerdos.
Siempre llevará todo eso con ella, pero formará parte del pasado, de su pasado.
Y no duda de que cada vez que lo recuerde, sonreirá a veces, llorará otras, recordará lugares, y olores, y canciones, y sensaciones.
Y un escalofrío travieso la recorrerá, a la vez que una sensación extraña se instala en su pecho. Una sensación que poco a poco se irá volviendo más y más familiar, hasta que aprenda a pronunciar su nombre, Nostalgia, hasta que la espere llegar como cada día y acurrucarse ahí, en un rincón de su alma.

Está cansada de correr en círculos, pero nunca dejará de andar.
Escalará, trepará, construirá un puente con esos recuerdos, personas, momentos que ya no le hacen falta, o que tal vez nunca necesitó por más que así lo creyera, y escapará de allí.
Para sentirse libre.
Para sentarse en un acantilado y sentir el viento bailar con su pelo, para observar desde ahí arriba con una sonrisa cómo aquella tierra de la que escapó ya no es más que otra línea dibujada en el horizonte.

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