Siempre lo quisimos todo. Qué difícil ser a la vez Jeckyll y Mr Hyde, jugando a morirnos de miedo y quemar las ganas. O era al revés? Nos (des) concentrábamos tanto que nunca fui capaz de terminar esa frase.
Quisimos volar, exponer todo eso que nos daba alas al sol, retándolo a que derritiera algo que era imposible.
Porque hacía ya más de mil noches que nos habíamos fundido, cuerpos y agujas del reloj,
en un giro del cuento en que a las doce, en vez de correr a casa, nos corríamos.
Nunca supe muy bien si nos faltaron huevos, o nos sobraron peros.
Quizás en el mismo momento en que empezamos a preguntarnos, ya era tarde.
Tarde para hacer esas preguntas que hablaban menos de ti y de mí, y más de nosotros.
Tarde para levantarnos un día de invierno y tirar el orgullo por la ventana,
hasta romper esos cristales que habíamos empañado tantas noches antes
de tanto buscar(nos) la manera
de alcanzarnos en cada recoveco
mientras todas las paredes de la casa se quedaban mudas, expectantes, escuchándonos
llegar hasta ese final que solo era un principio
de algo que nunca quisimos nombrar.
Éramos dos trapecistas caminando a ciegas
por esa fina línea que separaba las trincheras del campo de batalla,
Esa noche la cruzamos a pecho descubierto, pobres.
Creíamos que salíamos a matar el miedo,
y acabamos muriendo en el intento
de salvarnos de toda esa metralla.
El fuego cruzado nunca fue una buena opción
para cualquier corazón que se precie.
Nosotros, perdón, tú y yo,
que solíamos cada noche
elevar la temperatura hasta romper el termómetro de Gran Vía.
Quisimos aspirarnos, quemarnos en ese último cartucho
que por exigencia del guión termina con todo.
Y acabamos explotando en una bomba nuclear
que arrasó con todo entre mis brazos
y tus abrazos.
Nos quedamos sin finales felices, sin más cuentos
que los que nos leíamos aquellas noches
en las que nos subíamos hasta la luna
de un polvo, sin estrellas, de un par de copas de vino de más.
De más nosotros, y menos tu y yo.
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Marta Mimbela
jueves
domingo
The scientist.
El día que empezamos a huir
fue el mismo, tal vez,
en que empezamos a comernos
a besos
el miedo
mientras las ganas lo arrasaban todo
absolutamente todo
menos esos veinte centímetros de distancia
entre tu cuello y mi piel.
Lo decidimos una noche de luna llena
y copas vacías
de tanto bebernos
a lametazos
como si en la vida
hubiéramos probado nada igual.
No éramos más
que dos puntos suspensivos de más
colgando de un hilo
buscando el principio
para una historia
que no quería tener final.
Un cuento de versos en vena,
de noches en vela,
de penas
que terminan en sonrisas,
de trincheras improvisadas
en la esquina de un sofá.
De puntos y aparte...
y aparte tú y yo
solos
como si hubiéramos olvidado la manera
de pulsar el botón para poner en marcha el mundo.
fue el mismo, tal vez,
en que empezamos a comernos
a besos
el miedo
mientras las ganas lo arrasaban todo
absolutamente todo
menos esos veinte centímetros de distancia
entre tu cuello y mi piel.
Lo decidimos una noche de luna llena
y copas vacías
de tanto bebernos
a lametazos
como si en la vida
hubiéramos probado nada igual.
No éramos más
que dos puntos suspensivos de más
colgando de un hilo
buscando el principio
para una historia
que no quería tener final.
Un cuento de versos en vena,
de noches en vela,
de penas
que terminan en sonrisas,
de trincheras improvisadas
en la esquina de un sofá.
De puntos y aparte...
y aparte tú y yo
solos
como si hubiéramos olvidado la manera
de pulsar el botón para poner en marcha el mundo.
miércoles
Auroras boreales.
Éramos uno de esos cuentos sin fin
en una noche de verano, o en mil, hace tiempo que perdí la cuenta.
Una historia de esas que como un niño, esperas el final cada noche antes de dormir.
Pero acabas durmiendo, y ni finales contigo, ni noches sin mí.
Lo nuestro era una de esas olas gigantes que parecen imposibles de surfear
hasta que te salpica la espuma, y no queda más remedio que levantarse y rezar.
Porque solo hay dos opciones, o caes, o la vences.
Y sabes que si llegas a la orilla, nunca más te darán miedo las olas. Ni el miedo.
Esa sensación, como si en cada abrazo pidiéramos a gritos al mundo "para, que yo me bajo", porque todo dejaba de existir menos tú y tus manos, y yo y mis miedos. O igual era al revés, creo que nunca lo tuvimos claro.
Solo sé que hasta las gotas de lluvia dejaron de caer durante aquellos abrazos. Porque no era un abrazo, era una forma de pedirnos quédate y no te muevas, en mayúsculas, y en negrita, un vamos a cerrar los ojos hasta que el cielo deje de mojarnos, que ya estamos hartos de lágrimas, que solo queríamos calor y ya se acerca el invierno.
Eras ese primer día de sol tras un mes de noviembre, cuando la luz se vuelve especial y casi hasta duelen los ojos acostumbrados a no ver. Qué forma más bonita de decirte que sí, que te he echado de menos, y que vuelvas, para callar de una vez a la lluvia.
Eras como esas luces boreales que solo se ven un par de meses al año, un fenómeno especial que nadie más que yo podía ver, como si una parte de ti solo despertase a partir de las doce, cuando todo lo demás por fin quedaba en silencio.
Así que sí, vuelve, con tus sonrisas a destiempo, con tu olor, ese que se quedaba aquí a dormir por las noches. Con mis tonterías, nuestras cosas pendientes y sobre todo, con esas ganas de comernos el mundo. Sin importar a qué sabrá el siguiente bocado.
Brindemos, por no dejar nunca de soñar despiertos, por que me des la mano cuando sobren las palabras.
en una noche de verano, o en mil, hace tiempo que perdí la cuenta.
Una historia de esas que como un niño, esperas el final cada noche antes de dormir.
Pero acabas durmiendo, y ni finales contigo, ni noches sin mí.
Lo nuestro era una de esas olas gigantes que parecen imposibles de surfear
hasta que te salpica la espuma, y no queda más remedio que levantarse y rezar.
Porque solo hay dos opciones, o caes, o la vences.
Y sabes que si llegas a la orilla, nunca más te darán miedo las olas. Ni el miedo.
Esa sensación, como si en cada abrazo pidiéramos a gritos al mundo "para, que yo me bajo", porque todo dejaba de existir menos tú y tus manos, y yo y mis miedos. O igual era al revés, creo que nunca lo tuvimos claro.
Solo sé que hasta las gotas de lluvia dejaron de caer durante aquellos abrazos. Porque no era un abrazo, era una forma de pedirnos quédate y no te muevas, en mayúsculas, y en negrita, un vamos a cerrar los ojos hasta que el cielo deje de mojarnos, que ya estamos hartos de lágrimas, que solo queríamos calor y ya se acerca el invierno.
Eras ese primer día de sol tras un mes de noviembre, cuando la luz se vuelve especial y casi hasta duelen los ojos acostumbrados a no ver. Qué forma más bonita de decirte que sí, que te he echado de menos, y que vuelvas, para callar de una vez a la lluvia.
Eras como esas luces boreales que solo se ven un par de meses al año, un fenómeno especial que nadie más que yo podía ver, como si una parte de ti solo despertase a partir de las doce, cuando todo lo demás por fin quedaba en silencio.
Así que sí, vuelve, con tus sonrisas a destiempo, con tu olor, ese que se quedaba aquí a dormir por las noches. Con mis tonterías, nuestras cosas pendientes y sobre todo, con esas ganas de comernos el mundo. Sin importar a qué sabrá el siguiente bocado.
Brindemos, por no dejar nunca de soñar despiertos, por que me des la mano cuando sobren las palabras.
Músico de guardia
Cuando quise darme cuenta de que contigo significaba sin mí
ya era tarde.
No hacían falta ya calles con tu nombre en la ciudad del viento,
ni besos en verso, ni kamikazes enamorados.
Para eso, ya estaba yo.
Porque tú eras uno de esos ochomiles imposibles,
la cumbre de todos mis Himalayas,
El techo de mi mundo.
Yo, subiendo con oxígeno mientras tú, como siempre,
lo hacías todo a pelo.
Describías sin saberlo círculos perfectos sobre mi cabeza,
incluso mucho tiempo después de creer, pobre de mí,
que te había olvidado.
Cómo olvidar la luz bañando tus esquinas,
donde esperaban su turno cada noche las putas manos de siempre.
La brisa trazando curvas hacia tus precipicios,
escapando del abismo de nuestras noches en vela,
de las canciones que rasgaban tu garganta dormida.
Es curioso, porque nunca supe hacer música,
pero sí aprendí a tocarte a ti.
Qué envidia me llegaron a dar
todos esos músicos de guardia de Madrid.
Aunque ninguna guitarra gemiría nunca como tú.
Llévame a ver salir el sol, me decías.
Y yo, siempre, siempre,
acababa poniéndome entre tus piernas.
martes
Sálvese quien quiera
Que sí, que querer es poder,
el que sentía cuando mis piernas
manejaban sin miedo tus caderas.
Que nunca supe cómo sería
eso de que si tú me bajabas la luna
yo te llevaría hasta las estrellas.
Pero ojalá.
Ojalá ahora estuviera aquí,
sola, escribiendo.
Llorando, riendo, besando,
qué sé yo, pensando que sí,
que tal vez, que quizás.
Que podría haber sido yo
la chica del desamor.
Esa de las películas, en blanco y negro,
Sé que te imaginarías que llevaba el vestido rojo,
como rojos mis labios, tus manos en mi cuerpo,
mi cuello.
Tus ganas también rojas, aquí, de nuevo.
Como mis huellas
en el borde de tu almohada, en el centro
de eso que llaman razón. Corazón.
Rojas mis lágrimas, negro el espacio
entre mi piel y tus manos la rabia, el fracaso.
Que siempre fue una guerra, tus sábanas mi trinchera.
Me inmolé por tu causa,
me desangré entre tus piernas.
Así que sí, sálvese quien quiera.
el que sentía cuando mis piernas
manejaban sin miedo tus caderas.
Que nunca supe cómo sería
eso de que si tú me bajabas la luna
yo te llevaría hasta las estrellas.
Pero ojalá.
Ojalá ahora estuviera aquí,
sola, escribiendo.
Llorando, riendo, besando,
qué sé yo, pensando que sí,
que tal vez, que quizás.
Que podría haber sido yo
la chica del desamor.
Esa de las películas, en blanco y negro,
Sé que te imaginarías que llevaba el vestido rojo,
como rojos mis labios, tus manos en mi cuerpo,
mi cuello.
Tus ganas también rojas, aquí, de nuevo.
Como mis huellas
en el borde de tu almohada, en el centro
de eso que llaman razón. Corazón.
Rojas mis lágrimas, negro el espacio
entre mi piel y tus manos la rabia, el fracaso.
Que siempre fue una guerra, tus sábanas mi trinchera.
Me inmolé por tu causa,
me desangré entre tus piernas.
Así que sí, sálvese quien quiera.
Octubre es un mes raro.
Se hartó de esperar a que sus dedos dejasen de caminar solos por el teclado, creando frases en las que más de un te echo de menos estaba de más.
Y abrió la puerta. Y las ventanas, que siempre dieron al mar. Y dejó entrar la brisa en cada rincón de su casa, sintiendo el frío en la piel. Cantando a pleno pulmón como en su propia película (mental) americana. Y sin importarle una mierda nada. O mejor. Nada que no fuera ella.
Y abrió la puerta. Y las ventanas, que siempre dieron al mar. Y dejó entrar la brisa en cada rincón de su casa, sintiendo el frío en la piel. Cantando a pleno pulmón como en su propia película (mental) americana. Y sin importarle una mierda nada. O mejor. Nada que no fuera ella.
Terriblemente cruel
Que si quieres, bailamos, pero entre edredones. Que ahí no hay compases que perder.
Los marcan tus besos, nuestras miradas, misgemidos latidos.
Te adelanto... Que la noche es larga. Y tenemos instrumentos de sobra, que aún no sé cómo suena el roce de nuestras clavículas.
Y si nunca tuviste buen oído, no pasa nada.
La respiración marcará el tempo... O tus manos en mi cuerpo.
Los marcan tus besos, nuestras miradas, mis
Te adelanto... Que la noche es larga. Y tenemos instrumentos de sobra, que aún no sé cómo suena el roce de nuestras clavículas.
Y si nunca tuviste buen oído, no pasa nada.
La respiración marcará el tempo... O tus manos en mi cuerpo.
jueves
Era como una aurora boreal, de esas que todo el mundo conoce pero nadie ha visto nunca. Una leyenda, una historia mitad verdad mitad fantasía (o tal vez más) transmitida de boca en boca las noches en las que el alcohol templaba los corazones y soltaba la lengua.
Contaba la leyenda que el gintonic era a ella lo que a Sansón su melena, siempre inseparables. Siempre con una rodaja de pepino, a sabiendas de que conjugaban a la perfección con sus ojos... Verdes, muy verdes, y fríos.
Contaban que eran pocos los que se atrevían a cruzar más allá de la segunda mirada, por aquello de que a la tercera va la vencida. Y a ella, que siempre jugaba con un poker de ases en la manga, no le gustaba dejarse ganar.
Los más valientes, héroes de guerra tras las trincheras del recuerdo, decían que era como un buen chute con la dosis exacta de cada ingrediente, femme fatale, seducción, ingenio, pasión.
Pero lo peor... Lo peor llegaba cuando, como pasa con las drogas más puras, llegaba el mono.
Temblores, frío, sudores, fiebres, ardor.
Y, acompañando el recuerdo, un inconfundible regusto amargo en la boca... Como el toque de una rodaja de pepino en un gintonic con hielo.
Verde... Y frío.
Contaba la leyenda que el gintonic era a ella lo que a Sansón su melena, siempre inseparables. Siempre con una rodaja de pepino, a sabiendas de que conjugaban a la perfección con sus ojos... Verdes, muy verdes, y fríos.
Contaban que eran pocos los que se atrevían a cruzar más allá de la segunda mirada, por aquello de que a la tercera va la vencida. Y a ella, que siempre jugaba con un poker de ases en la manga, no le gustaba dejarse ganar.
Los más valientes, héroes de guerra tras las trincheras del recuerdo, decían que era como un buen chute con la dosis exacta de cada ingrediente, femme fatale, seducción, ingenio, pasión.
Pero lo peor... Lo peor llegaba cuando, como pasa con las drogas más puras, llegaba el mono.
Temblores, frío, sudores, fiebres, ardor.
Y, acompañando el recuerdo, un inconfundible regusto amargo en la boca... Como el toque de una rodaja de pepino en un gintonic con hielo.
Verde... Y frío.
martes
Back
El año ya casi duerme, y ella despierta.
Podríamos decir que ha estado dormida mucho tiempo, le gusta verse a sí misma como una Blancanieves moderna. Porque el amor... el amor duerme más que cualquier veneno. Y también mata.
Sabía que algún día despertaría, aunque no fuera con un beso, sino por la ausencia de ellos. Y volvería la vista atrás, esperando encontrar promesas y palabras infinitas, aun sabiendo que ya habían terminado.
Aun sabiendo que respirar dolía demasiado como para no ser verdad.
Quería seguir durmiendo, pero estaba viva. Y ahora tenía que despertar.
Podríamos decir que ha estado dormida mucho tiempo, le gusta verse a sí misma como una Blancanieves moderna. Porque el amor... el amor duerme más que cualquier veneno. Y también mata.
Sabía que algún día despertaría, aunque no fuera con un beso, sino por la ausencia de ellos. Y volvería la vista atrás, esperando encontrar promesas y palabras infinitas, aun sabiendo que ya habían terminado.
Aun sabiendo que respirar dolía demasiado como para no ser verdad.
Quería seguir durmiendo, pero estaba viva. Y ahora tenía que despertar.
lunes
Sound track
Que cuando una canción te recuerda a alguien, siempre lo hará. Aunque pasen mil años, cada vez que la escuches volverás a aquel momento concreto, como si estuvieras tocándolo de nuevo con las yemas de los dedos. Y contigo, contigo podría grabar toda una banda sonora.
Podría decirte, incluso, hasta las tendencias musicales por las que hemos ido pasando.
Las melodías de alegría y pasión dejarían también algún hueco a las canciones más tristes, como ese frío del invierno o la soledad del verano. Serían las pistas más duras, pero por las que es necesario pasar.
Pero daría igual, serían las típicas canciones que, aun tristes, terminan dejando ese regusto dulce en los labios.
Y si no, lo aderezamos con algo de azúcar.
Y nos encargaríamos de que la siguiente pista fuera algo más como cuando tomábamos el sol en el parque, entre besos y rayos de sol.
Porque ya echaba de menos alguna canción un poco más alegre, como cuando ves el mar a lo lejos y te das cuenta de las ganas que tenías de volver.
Porque el frío del invierno que nos vuelve grises ya está a puntito de abandonar la ciudad.
Y no seré yo quien le pida que se quede ni un solo día más.
Primavera, aquí te espero. Yo, y mi banda sonora.
Podría decirte, incluso, hasta las tendencias musicales por las que hemos ido pasando.
Las melodías de alegría y pasión dejarían también algún hueco a las canciones más tristes, como ese frío del invierno o la soledad del verano. Serían las pistas más duras, pero por las que es necesario pasar.
Pero daría igual, serían las típicas canciones que, aun tristes, terminan dejando ese regusto dulce en los labios.
Y si no, lo aderezamos con algo de azúcar.
Y nos encargaríamos de que la siguiente pista fuera algo más como cuando tomábamos el sol en el parque, entre besos y rayos de sol.
Porque ya echaba de menos alguna canción un poco más alegre, como cuando ves el mar a lo lejos y te das cuenta de las ganas que tenías de volver.
Porque el frío del invierno que nos vuelve grises ya está a puntito de abandonar la ciudad.
Y no seré yo quien le pida que se quede ni un solo día más.
Primavera, aquí te espero. Yo, y mi banda sonora.
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